domingo, 22 de enero de 2017




DOMINGO EN BUENOS AIRES





Mientras miraba absorta los lagos de Palermo, un domingo de verano como cualquier otro, pensaba en la gente a mí alrededor. Cada uno en lo suyo, caminando, corriendo o en bici, como yo, en sus mundos y enredados en sus pensamientos, nos miramos sin prestarnos atención y seguimos nuestro camino. Pero hay otros que sí nos miran , escudriñando cada uno de nuestros movimientos, como camaleones mimetizados en este paisaje  urbano.
Ahí fue cuando de la nada aparecieron, dos chiquilinas de 13 y 16 años diría, y a unos metros de distancia balbucearon con la cadencia de la cumbia villera un ”eamiga dame un cigarro”. Era obvio que no estaba fumando, no obstante se acercaron hasta donde yo estaba sentada y nuevamente esgrimieron en su poco comprensible lenguaje “ dame el celulá y la moneda porque estamo reenfierrada y acá  so poyo”. Lo decía la más chica mientras alzaba sus cejas y mostraba una descuidada dentadura.
Mientras tanto la otra movía su cintura y dejaba entrever  la empuñadura de algo que debería haber sido un elemento punzante, no lo sé con certeza, pero vi como tomaba el manubrio de mi bicicleta y respiré hondo.
Debe pasar, que en ese milisegundo la conciencia no reacciona tan velozmente como nuestro inconsciente, que sin pensarlo demasiado acciona con su más ferviente  instinto de supervivencia. Muchas veces no es el más adecuado pero es el que construyó cada uno y aflora en ese instante. Creo yo que con la edad se exacerba y no hay forma de frenarlo.
Pero volviendo a mi relato, respiré hondo y me incorpore del banco a la margen del lago.
No sentí miedo sino más bien indignación. La más grande tironeaba disimuladamente de mi bicicleta, la más chica me sostenía del brazo… me hubiese gustado darles un sopapo a cada una, de esos que te daba tu vieja cuando en la adolescencia le contestabas rebeldemente. No recuerdo que mi madre me los haya dado y eso que conservo el picorro que me caracteriza pero he perdido muchos recuerdos de esa época.
Tomé mi bicicleta y pasé entre medio de mis agresoras mientras me miraban con ojos atónitos. Quizás ese instinto de supervivencia te hace leer entre líneas el miedo que seguramente tenían ellas  y por eso emprendí mi retirada. Al mirar hacia atrás vi al resto del clan. Dos mujeres mayores que las reprendían con sus calzas ajustadas y esgrimiendo unos prominentes vientres  temerarios.
Un segundo después pensé que esto también es violencia de género, pero de mujeres contra mujeres.
Ni un policía en el camino. Nadie se percató del incidente, como si nada hubiese pasado.
Desamparo. Ese fue el sentimiento que me queda. Desamparo,tanto de esas chiquilinas como mío.

LG