DOMINGO EN BUENOS AIRES
Mientras miraba absorta los lagos de Palermo, un domingo de
verano como cualquier otro, pensaba en la gente a mí alrededor. Cada uno en lo
suyo, caminando, corriendo o en bici, como yo, en sus mundos y enredados en sus
pensamientos, nos miramos sin prestarnos atención y seguimos nuestro camino.
Pero hay otros que sí nos miran , escudriñando cada uno de
nuestros movimientos, como camaleones mimetizados en este paisaje urbano.
Ahí fue cuando de la nada aparecieron, dos chiquilinas de 13
y 16 años diría, y a unos metros de distancia balbucearon con la cadencia de la
cumbia villera un ”eamiga dame un cigarro”. Era obvio que no estaba fumando, no
obstante se acercaron hasta donde yo estaba sentada y nuevamente esgrimieron en
su poco comprensible lenguaje “ dame el celulá y la moneda porque estamo
reenfierrada y acá so poyo”. Lo decía la
más chica mientras alzaba sus cejas y mostraba una descuidada dentadura.
Mientras tanto la otra movía su cintura y dejaba entrever la
empuñadura de algo que debería haber sido un elemento punzante, no lo sé con
certeza, pero vi como tomaba el manubrio de mi bicicleta y respiré hondo.
Debe pasar, que en ese milisegundo la conciencia no
reacciona tan velozmente como nuestro inconsciente, que sin pensarlo demasiado
acciona con su más ferviente instinto de
supervivencia. Muchas veces no es el más adecuado pero es el que construyó cada
uno y aflora en ese instante. Creo yo que con la edad se exacerba y no hay
forma de frenarlo.
Pero volviendo a mi relato, respiré hondo y me incorpore del
banco a la margen del lago.
No sentí miedo sino más bien indignación. La más grande
tironeaba disimuladamente de mi bicicleta, la más chica me sostenía del brazo…
me hubiese gustado darles un sopapo a cada una, de esos que te daba tu vieja
cuando en la adolescencia le contestabas rebeldemente. No recuerdo que mi madre
me los haya dado y eso que conservo el picorro que me caracteriza pero he
perdido muchos recuerdos de esa época.
Tomé mi bicicleta y pasé entre medio de mis agresoras
mientras me miraban con ojos atónitos. Quizás ese instinto de supervivencia te
hace leer entre líneas el miedo que seguramente tenían ellas y por eso emprendí mi retirada. Al mirar
hacia atrás vi al resto del clan. Dos mujeres mayores que las reprendían con
sus calzas ajustadas y esgrimiendo unos prominentes vientres temerarios.
Un segundo después pensé que esto también es violencia de
género, pero de mujeres contra mujeres.
Ni un policía en el camino. Nadie se percató del incidente,
como si nada hubiese pasado.
Desamparo. Ese fue el sentimiento que me queda. Desamparo,tanto de esas chiquilinas como mío.
LG