domingo, 27 de septiembre de 2015




NO LO SOÑÉ… HISTORIAS DE ADOLESCENTES




Por fin se terminó esta tortura. Dos semanas sin salir por no cumplir con las tareas de la escuela fue demasiado.
Si de algo estoy segura es de que mi mamá no entiende nada. Le explico que la profesora de Biología me odia y es por eso que me pone esas notas de mierda y encima me castiga.
Lo peor en estos casos es la reclusión. Hace 2 semanas que vuelvo del cole y me espera el silencio interminable de mi habitación. Sin tele, ni compu, ni celu. Nada de redes sociales. Nada de ver a mis amigos.
Ya estaba en la cuenta regresiva. Llegué a casa y me devoré el almuerzo lo más rápido posible para salir volando hacia la esquina.
Ahí, como todas las tardes me esperaba la bandita del pasaje, eramos cinco, Flor, Facu, Andy, Pato y yo. 
Nos conocemos desde el jardín de infantes. Tres vivimos en el pasaje  y los otros dos a la vuelta.
Esa esquina es nuestro punto de encuentro desde la escuela primaria. Ahora vamos a escuelas diferentes, pero nuestra amistad sigue intacta gracias a la esquina del pasaje. Tomamos mate, contamos los chismes escolares, Facu nos muestra sus nuevas destrezas con el skate y Pato, de vez en cuando, trae algún cigarro que le roba a su papá.
Ese día cuando volví a casa una sensación de alegría invadía cada rincón de mi cuerpo. La banda de la esquina era mi lugar en el mundo. Con ellos podía ser libre, ser yo misma.
Estaba muerta de cansancio cuando llegué a meterme en la cama y a diferencia de estos últimos días, no pude dar ni media vuelta entre las sabanas que me quedé profundamente dormida.
Soñaba que volaba sobre un mar azul transparente cuando, de repente, mi mente se llenó de lluvia como la que aparece en la tele cuando termina la programación. Fue solo un segundo. Cuando las imágenes retornaron, me encontraba en una calle desconocida y frente a una casa que jamás había visto en el barrio. Desde una de sus ventanas, alguien me observaba.

-¡Cami, acercate necesito tu ayuda!

Me sorprendió que  me llamara por mi nombre. Era una piba alta toda vestida de negro y con una voz melodiosa que me genero confianza. Tampoco recordaba haberla visto antes pero tenía un aire familiar.
Ella abrió la ventana para que pasara y pude ver su escritorio lleno de libros.

-Estoy presa! Tapada por las tareas de lengua y no entiendo un carajo! Por favor, yo sé que vos sos buena en esto, ayudame a terminar mis tareas porque mis viejos piensan dejarme acá adentro hasta que levante mis notas. Esto es un bajón, a ellos lo único que les importa es que vaya al colegio y estudie, como si fuera lo único que tengo que hacer. Vos sabes lo feísimo que es estar así.

Por supuesto que sabía de este tipo de torturas chinas que utilizaban los padres. Desde chica mi fuerte fue la literatura así que no me costó nada ayudarla a terminar la tarea pendiente.
No recuerdo nada más de ese sueño, para cuando me desperté ya tenía que levantarme para ir a la escuela.
Juliana era una de esas chicas raras de la escuela.

-¡todos estos pibes me parecen unos boludos importantes porque se creen más de lo que valen! maldigo el día en que mis viejos se mudaron y me anotaron en esta escuela careta.
-Dale Juli no es para tanto. Por suerte nos tenés a nosotras.

Conformaban un grupito de 3 chicas vestidas de negro, pintadas de negro y con un carácter más negro que la noche. Borcegos, tachas, cadenas y piercing eran lo que más llamaban la atención, pero rápidamente los demás se acostumbraban a su presencia y pasaban inadvertidas porque no hablaban, ni corrían ni gritaban como el resto de las chicas.
Solían ratearse de la clase para ir a caminar cerca de la estación de tren. En la plaza de la estación  se pasaban largas horas sin hacer nada. Bueno hacían cosas que nosotros todavía no entendíamos, como tomar cerveza y porrearse gran parte del día.
Esa tarde, cuando Juliana volvió a su casa la esperaba su papá, preparado para el sermón acostumbrado. Sin mirarlo, eligió su mejor cara de desagrado y de un portazo se encerró en su habitación.
Desde afuera su papá le gritaba  todos los castigos que se había ganado. Ella sabía que, por más rebelde que fuera, tendría que cumplir su condena. Enojada se tiró en la cama y se quedó dormida.
Soñaba que dibujaba con su Bic negra en la carpeta de lengua, cuando su mente se llenó de lluvia como la que aparece en la tele cuando termina la programación. Fue solo un segundo. Cuando las imágenes retornaron escuchó ruidos en la vereda. Se acercó a la ventana y la vio.
Era una de las chicas caretas del cole. La llamó por su nombre y le pidió ayuda.
Al verla tan desesperada Camila accedió y en unos pocos minutos tenía toda su tarea terminada. La sorprendió que sin ningún problema Camila la ayudara, si todo el mundo la ignoraba.
Camila parecía una buena mina pero era muy curiosa. Charlaron mucho, pero lo que primero le preguntó fue por qué tenía ese aspecto tan negro.

-Nos vestimos así porque es la única forma en la que no nos molestan. Imaginate lo que sufro, yo soy muy tímida y me veo fea al lado de ustedes. Así vestida me tienen miedo y no me joden. Es como tener puesta una armadura.

Cuando despertó se le hacía tarde para llegar al cole.
Ese día al empezar la primera hora teníamos Lengua así que la yegua de la profe nos cambió a todos de compañeros de banco.
A mí me tocó sentarme con el bicho raro. Hasta ese momento creo que jamás habíamos cruzado palabra pero sé que se llama Juliana. Mirando de reojo su carpeta me llené de asombro ¡Eran mis tareas! En el mismo momento las dos nos miramos y nos empezamos a reir. Deja vú lo llaman los que saben. Pero para nosotras fue nuestra carta de presentación.
De a poco nos fuimos conociendo y en pocos días Juliana y sus amigas vinieron a compartir la esquina del pasaje con nosotros. Siguieron vestidas de negro pero a nosotros eso no nos importo porque eran solo apariencias, ahora somos la banda de los 8.

LG

sábado, 26 de septiembre de 2015



LA VENGANZA DE LOS CONEJOS




Las vacaciones de verano tenían ese encanto especial  que le ponía la abuela bisa.
Cuando mis papas me dejaban en su casa de Lomas del Mirador, lo primero que me recibía era el olor a pan casero recién horneado.
Su casa tenía un fondo enorme coronado de frescos y esbeltos eucaliptos. Eran muy lindos de día pero de noche el movimiento de sus ramas producía un sonido parecido al  de una voz proveniente de ultratumba. Estos colosos eran verdaderos productores de pesadillas y la abuela una buena contadora de historias, así evitaba que prestara atención a los sonidos de la noche.
Mientras fui chiquita, esas historias eran dulces y mágicas, pero a medida que fui creciendo la abuela las fue condimentando con un poco mas de suspenso e intriga.
Erase una vez… así empezaban todas para luego transformarse en un desfile sin fin de zombies, carnotauros, centauros y doncellas.
La historia de Arturo fue una de esas que me dejo impresionada.
Si mal no recuerdo empezaba así:
“Erase una vez un nene llamado Arturo que vivía con sus padres en una granja dedicada a la cría de conejos.
Eran los productores de los mejores conejos de la región.
La granja estaba emplazada en una vasta extensión de terreno arbolado donde se encontraba la casa familiar, las conejeras y un galpón alejado de todo, al que tenía prohibido acercarse.
Las conejeras estaban dispuestas en una edificación donde se  apilaban las jaulas en las que vivían los conejos más diversos que puedan imaginar. Los conejitos se agrupaban según el tamaño y Arturo se pasaba horas jugando con ellos.
El nene sabía que los animales solo estaban bien cuando él los sacaba de las jaulas  ya que eran lugares muy incómodos para sus amigos.
Las jaulas estaban construidas con un enrejado espacioso por donde los conejos introducían sus patitas. A la mayoría se les quedaban atrapadas y en la desesperación terminaban lastimándose. Arturo también pasaba sus horas curándolos porque para sus papas eran parte del trabajo diario.
Una tarde de aburrimiento Arturo decidió romper las reglas y se acerco al galpón. El sabía que ése era el matadero.
Unos días antes un vendedor ambulante le había ofrecido a su papa un nuevo alimento balanceado que aseguraba aumentar rápidamente la masa muscular de los conejos haciéndolos más carnosos. Habían decidido probarlos con los conejos más debiluchos.
Habían pasado varias semanas de prueba y Arturo no había vuelto a ver a esos conejos. Algo raro estaba pasando porque sus padres se comportaban como autómatas y a pesar del calor llevaban puestas ropas de invierno.
Cuando Arturo se acerco al galpón la puerta estaba cerrada con llave. Tuvo que treparse  a la ventana para poder espiar el interior.
La escena era macabra. En el centro del matadero estaban los dos conejos que, no solo habían ganado masa muscular sino que, gracias a ese alimento fortificado también habían desarrollado varios circuitos neuronales que hicieron de ellos unas criaturas lógicas y maléficas.
Varios conejos sujetaban a los padres de Arturo mientras los dos líderes despegaban la piel de sus brazos y piernas. Con esos colgajos de piel humana cosían pequeñas botas con las que abrigaban las patitas de los conejos más pequeños.
Ahora entendía porque sus papas vestían de esa manera, simplemente para evitar mostrar las cicatrices que los conejos les estaban dejando.
Aterrado cayó de la ventana y fue descubierto. Pero los conejos tenían buena memoria. Ese era un plan de venganza y el estaba fuera del mismo.
Pobre Arturo, tuvo que aprender a vivir en el nuevo régimen.
La última vez que lo vi fue en el almacén de Doña Anita y recuerdo que dijo algo así como:
“Desde que los conejos industrializaron a mis padres para protegerse en el invierno con el abrigo de sus pieles curtidas, nada volvió a ser igual.”

LG