sábado, 26 de septiembre de 2015



LA VENGANZA DE LOS CONEJOS




Las vacaciones de verano tenían ese encanto especial  que le ponía la abuela bisa.
Cuando mis papas me dejaban en su casa de Lomas del Mirador, lo primero que me recibía era el olor a pan casero recién horneado.
Su casa tenía un fondo enorme coronado de frescos y esbeltos eucaliptos. Eran muy lindos de día pero de noche el movimiento de sus ramas producía un sonido parecido al  de una voz proveniente de ultratumba. Estos colosos eran verdaderos productores de pesadillas y la abuela una buena contadora de historias, así evitaba que prestara atención a los sonidos de la noche.
Mientras fui chiquita, esas historias eran dulces y mágicas, pero a medida que fui creciendo la abuela las fue condimentando con un poco mas de suspenso e intriga.
Erase una vez… así empezaban todas para luego transformarse en un desfile sin fin de zombies, carnotauros, centauros y doncellas.
La historia de Arturo fue una de esas que me dejo impresionada.
Si mal no recuerdo empezaba así:
“Erase una vez un nene llamado Arturo que vivía con sus padres en una granja dedicada a la cría de conejos.
Eran los productores de los mejores conejos de la región.
La granja estaba emplazada en una vasta extensión de terreno arbolado donde se encontraba la casa familiar, las conejeras y un galpón alejado de todo, al que tenía prohibido acercarse.
Las conejeras estaban dispuestas en una edificación donde se  apilaban las jaulas en las que vivían los conejos más diversos que puedan imaginar. Los conejitos se agrupaban según el tamaño y Arturo se pasaba horas jugando con ellos.
El nene sabía que los animales solo estaban bien cuando él los sacaba de las jaulas  ya que eran lugares muy incómodos para sus amigos.
Las jaulas estaban construidas con un enrejado espacioso por donde los conejos introducían sus patitas. A la mayoría se les quedaban atrapadas y en la desesperación terminaban lastimándose. Arturo también pasaba sus horas curándolos porque para sus papas eran parte del trabajo diario.
Una tarde de aburrimiento Arturo decidió romper las reglas y se acerco al galpón. El sabía que ése era el matadero.
Unos días antes un vendedor ambulante le había ofrecido a su papa un nuevo alimento balanceado que aseguraba aumentar rápidamente la masa muscular de los conejos haciéndolos más carnosos. Habían decidido probarlos con los conejos más debiluchos.
Habían pasado varias semanas de prueba y Arturo no había vuelto a ver a esos conejos. Algo raro estaba pasando porque sus padres se comportaban como autómatas y a pesar del calor llevaban puestas ropas de invierno.
Cuando Arturo se acerco al galpón la puerta estaba cerrada con llave. Tuvo que treparse  a la ventana para poder espiar el interior.
La escena era macabra. En el centro del matadero estaban los dos conejos que, no solo habían ganado masa muscular sino que, gracias a ese alimento fortificado también habían desarrollado varios circuitos neuronales que hicieron de ellos unas criaturas lógicas y maléficas.
Varios conejos sujetaban a los padres de Arturo mientras los dos líderes despegaban la piel de sus brazos y piernas. Con esos colgajos de piel humana cosían pequeñas botas con las que abrigaban las patitas de los conejos más pequeños.
Ahora entendía porque sus papas vestían de esa manera, simplemente para evitar mostrar las cicatrices que los conejos les estaban dejando.
Aterrado cayó de la ventana y fue descubierto. Pero los conejos tenían buena memoria. Ese era un plan de venganza y el estaba fuera del mismo.
Pobre Arturo, tuvo que aprender a vivir en el nuevo régimen.
La última vez que lo vi fue en el almacén de Doña Anita y recuerdo que dijo algo así como:
“Desde que los conejos industrializaron a mis padres para protegerse en el invierno con el abrigo de sus pieles curtidas, nada volvió a ser igual.”

LG










1 comentario: