domingo, 30 de agosto de 2015



PUNTO DE INFLEXIÓN






Estaban los tres parados sobre una nube. Ella les gritaba frenéticamente. Le echaba culpas al que conducía el auto y al maquinista. El automovilista estaba callado y miraba sus pies. El maquinista se mostraba altivo.

       - ¿En que estabas pensando para cruzar las vías con las barreras bajas? ¡Me arruinaste la vida! ¡Iba por mi vestido de novia!
         - Te pido disculpas, no fue mi intención hacerte daño.
         - ¡Qué pedazo de nabo! Yo estaba terminando mi turno. Tenía que ir a la graduación de mi hija.
         - ¿Pero es usted ciego que no pudo frenar a tiempo su tren?- gritó ella.

Ella estaba parada detrás de las barandas de protección porque se habían activados las sirenas que indicaban que el tren estaba por pasar. Él aceleró la marcha rompiendo la barrera. Cerró los ojos y aguardó el impacto.
El maquinista vio el auto en el cruce de vías y accionó los frenos, pero todo fue tan rápido que no alcanzaron ni la distancia ni el tiempo para que el tren se detuviera. La formación envistió el auto desplazándolo hacia el paso peatonal arrollando, en su fatal trayectoria a la mujer que esperaba cruzar.
Minutos más tarde y con sus vidas pendiendo de un hilo, el servicio de emergencias rescataba a las tres víctimas del siniestro y las trasladaba al hospital más cercano.

LA HISTORIA DE FACUNDO: EL SUICIDA

Había conocido a Silvia en el trabajo y se había enamorado perdidamente de ella, desde el primer día que la vio.
Facundo tenía 27 años y una vida con muchos proyectos. Claro que en todos estaba ella.
Estuvieron juntos casi 7 años, con muchas idas y vueltas pero él se contentaba con recuperarla cada vez que los sorprendía la tormenta.
Era un hombre ansioso y sumamente celoso. No podía imaginar que ella tuviera otros anhelos en la vida que no pasaran por él.
Era analista de sistemas por lo tanto, no le costó nada violar la intimidad del celular y la PC de Silvia.
Ella iba a dejarlo una vez más, pero esta vez había un motivo. Se estaba viendo con otro hombre.
Afiebrado por el descubrimiento su mundo se le vino encima. No quedaban proyectos, sueños ni metas por compartir.
Las palabras de su psiquiatra le llegaban distorsionadas, como si le hablara debajo del agua. Nadie podía sentir lo que ocurría en su interior porque nadie podía entender la intensidad de su amor por Silvia.
Esa mañana durante el desayuno ella preparo su bolso y le dio la noticia de su partida. Le hablo del término del amor y de cómo ellos debían recomenzar su vida pero por caminos diferentes.
Facundo la dejo ir. Con la mente en blanco subió a su auto decidido a terminar con su sufrimiento. Al llegar a la barrera de Boyacá vio que venía el tren. Aceleró la marcha rompiendo la barrera. Cerró los ojos y aguardó el impacto.

LA HISTORIA DE JOSE: EL MAQUINISTA.

José era un operario de la empresa ferroviaria. Estaba casado y tenía 2 hijas mujeres.
Hacía más de 15 años que era maquinista y nunca había cometido un error. Era una persona bastante arrogante y con perfil machista pero un eficiente empleado que nunca llegaba tarde y cumplía con todos los requisitos de seguridad en su trabajo.
Al terminar su turno retornaba a su hogar siempre taciturno y malhumorado por lo que su mujer no emitía ningún sonido al verlo llegar. Le hubiese gustado tener hijos varones para poder compartir cosas de hombres como el boxeo y las carreras de autos pero la vida le dio dos mujeres. Ellas, al igual que su esposa, solo estaban destinadas a servir. Cocinar, planchar, lavar, etc.
Los fines de semana que no trabajaba se iba al hipódromo con algún compañero de trabajo, gastaban sus ahorros y tomaban unas copas. Lo suficiente como para volver a su casa borracho y violento. Su mujer era la que soportaba su furia, pero solo eran insultos y palabras hirientes que procuraba que sus hijas no escucharan. Por eso resistía.
Sus hijas siempre trataron de complacerlo. Así que lograron sendos títulos universitarios.
José no comprendía que utilidad les daría a ellas ese logro pero creía ser un buen hombre de familia por lo tanto, a la vista de todos festejaba la meta alcanzada por sus hijas.
 Ese era el plan que tenia al terminar ese día fatídico. Mientras pensaba en eso vió el auto en el cruce de vías y accionó los frenos, pero todo fue tan rápido que no alcanzaron ni la distancia ni el tiempo para que el tren se detuviera. 

LA HISTORIA DE CELESTE: LA TRANSEÚNTE.

Celeste vivía con su madre a pesar de estar pisando los 30.Tenía una hermana menor que al ver la situación tomó la mejor decisión de su vida. No sabe si era feliz pero ya no estaba en casa. Ahora tenía su propia familia y era dueña de hacer con su vida lo que quisiese. Pensó que ella debía seguir el mismo camino.
La madre de Celeste no era una mujer mayor pero tenía una personalidad depresiva y dependiente. La llamaba varias veces por día al trabajo solo para contarle sobre sus dolores y suplicios.
Si Celeste salía con sus amigas ella se encargaba de que volviera angustiada por haberla dejado sola. No tenía vacaciones porque su madre con su depresión no salía de la casa. Tomaba un coctel de antidepresivos que parecían no hacerle ningún efecto.
Una verdadera tortura. Por eso pensó que la manera menos culposa de despegarse de su madre era casándose.
Así fue que conoció a Román. Era un buen hombre pero no la deslumbraba ni le permitía volar. Más bien se aburría bastante con él. Pero era un buen candidato, con un trabajo estable y un pequeño departamento. Justo lo que necesitaba para escapar de su cárcel.
Celeste sabía que nunca podría corresponderle, pero Román estaba muy enamorado y haría cualquier cosa para complacerla.
Planearon la boda y cuando faltaban veinte escasos días para la libertad se dirigió hacia la modista para la última prueba de su vestido de novia.
Espero ansiosa a que pasara el tren ya que tenía cita en 10 minutos y la modista quedaba a 5 cuadras de la estación.
La sobresaltó el ruido de maderas rotas de la barrera cuando vio el auto en el medio de las vías y la intensa luz de la locomotora que parpadeaba a la vez que rugía sobre los rieles.
Una sacudida feroz la aplasto sobre el barandal mientras miles de fragmentos de cristal se le incrustaron en el rostro.


De repente una voz en off les dirigió la palabra. Parecía una escena cinematográfica. Ellos parados sobre una nube y una voz paternal hablando desde algún lugar sin poder verlo:

“Facundo: pusiste en riesgo tu vida y la de estas dos personas. Le diste a Silvia 7 años de celos desmedidos y vigilancia extrema. Ahogándola en un mar de cuestionamientos. En vez de enfrentar tus demonios, la decisión de terminar con tu vida solo te generó más sufrimiento.
José: más que un hombre de familia  te has convertido en un discapacitado emocional. Creyendo que la mujer no tiene un rol tan importante como el del hombre has desaprovechado la felicidad de ver crecer y evolucionar a tus hijas.
Y Celeste: casándote con una persona a la que no amas por escapar a las manipulaciones de tu madre sólo estas abriendo la puerta para una nueva cárcel.  
Sería prudente que revisen las vidas que han llevado hasta este momento. Se les dará una nueva oportunidad , no la desaprovechen.”

Facundo estaba sentado sollozando. Al verlo tan indefenso Celeste se acerco a consolarlo. José permanecía de pie en su pose altanera de costumbre.
De repente la nube se esfumó y comenzaron su viaje, en caída libre, de regreso a sus respectivos cuerpos.
En la guardia del hospital había tres equipos de emergentólogos reanimando a las víctimas.
Cuando los monitores dieron señal de actividad cardiaca, los equipos detuvieron sus maniobras y se palmearon con alegría.
En la sala de espera la esposa de José y sus dos hijas, Román y el psiquiatra de Facundo, recibían la milagrosa y buena noticia.


LG

domingo, 23 de agosto de 2015



HISTORIAS DE SUBTE




Aquí sentado en mi oficina de la calle Corrientes puedo ver el Obelisco y el entrecruzamiento de las avenidas atestadas de autos.
Acabo de cerrar un negocio más que importante y como si fuera un ritual siempre recuerdo las palabras de la abuela cuando, con mucha sensatez, insistía que no había nada sin sacrificio. Inmediatamente mis pensamientos volaron hacia mi adolescencia.
Cuando mi padre murió yo tenía 14 años y 2 hermanos menores. Resuelto a ayudar a mi madre salí una tarde de nuestra humilde casa de Once y, con bolsa en mano, pateé la calle para ganarme el mango.
En la bolsa llevaba mi guitarra, unas pelotas de trapo y una nariz de payaso improvisada, que le había robado al juego de magia de mi hermanito.
Me dirigí por la calle La Rioja hasta Plaza Miserere donde estaba la boca del subte y respire hondo.
Había pensado ir de vagón en vagón tocando la única melodía que sabía y luego de unos cuantos malabares pasaría mi gorra juntando algunas monedas para llevar a casa.
¡Qué recuerdos aquellos!
El primer vagón estaba casi vacío así que realice mi rutina y no recibí ni siquiera una sonrisa.
Lo mismo ocurrió en el resto de los vagones.
Medio decepcionado baje en Congreso y me senté a esperar el próximo subte. Ya casi eran las 5 de la tarde así que el andén comenzó a poblarse de gente.



Cuando llegó y se abrieron las puertas pude ver que estaban todos los asientos ocupados y había algunos pasajeros parados en la mitad del vagón.
La gente me miró con curiosidad. Las piernas me temblaban mientras todos esos ojos me observaban inquietos.
Saque mi guitarra y al hacer sonar el primer acorde, 3 de sus cuerdas se rompieron generando un sonido disparatado. Avergonzado puse a girar en el aire las pelotas de trapo pero desafortunadamente, ellas hicieron lo que quisieron volando en todas direcciones.
Cuando me agache para juntarlas, un movimiento del vagón me llevo directamente al suelo. Despatarrado y sin nariz mire a mi público que comenzó a reír a carcajadas. Algunos inclusive aplaudieron mis desgracias.
Por suerte habíamos llegado a Lima, al descender del subte fueron llenando mi gorra con las monedas y billetes de tantos vueltos contenidos.
Desde ese momento todos los días repetí mi espectáculo con mucho éxito y no paré más de trabajar. Tuve varios empleos diferentes antes de llegar a donde me encuentro hoy.

La abuela decía muchas cosas ciertas, las mismas que yo le repito a mis hijos; No hay nada sin sacrificio y estoy plenamente seguro que todo es una cuestión de actitud.

LG

viernes, 21 de agosto de 2015



INFANCIA INTERRUMPIDA
                                            




Ella se había dormido después de un agotador día de trabajo. Su nombre es Laura y es obstetra del hospital general.
Aylen es su paciente preferida. Cuando atendió la llamada sabía que había llegado la hora.
Aylen es una adolescente y a diferencia de sus otras parturientas es especial, no solo por su corta edad, sino por su historia de vida.
Es la hija menor de un matrimonio de padres mayores y había sobrevivido a una enfermedad oncológica en su primera infancia. Quizás por eso fue siempre una niña consentida y con pocos limites.
Esto podría tratarse de uno de sus nuevos caprichos pero lo más probable es que un hijo, cambie su vida para siempre.
Ahora era Laura la que debería poner los límites que sus padres no pudieron. Solo debía llamarla si era necesario.
Insistió en que controlara su respiración. En que anotara el tiempo entre cada contracción. En que tomara el antiespasmódico y tratara de dormir. Pero Aylen llamó repetidas veces.
Imaginó su cara de susto con ojos de niña, con lágrimas como perlas rodando por sus mejillas rosadas y pudo entender la sensación sobreprotectora de esos padres.
Ahi estaba en su semana 37. No debería ser su momento pero los hechos le indicaba que ese bebe estaba por nacer.

Laura respiro hondo. Se levanto de la cama, se vistió con su blanco ambo inmaculado y salió.

LG
UN GOLPE DE SUERTE





Todo había transcurrido muy rápidamente. Algo que se había planeado durante tanto tiempo y repentinamente, un giro del destino, hizo que el desenlace arrojara los mismos resultados.
Luego de varios meses esa noche tormentosa daba el marco perfecto para la ejecución de su plan.
Años de cuidados intensivos al Sr. López habían logrado que confiara en ella, y en uno de esos últimos momentos de delirio, firmara el testamento que traspasaría toda su fortuna a nombre de la servil y desinteresada enfermera.
A la familia no le agradaba su presencia pero ninguno estaba en condiciones de resignar su vida para cuidar de un enfermo, sobre todo cuando, en realidad esperaban su deceso para hacerse de unos buenos millones.
Por suerte su hijo mayor considero muy valiosa la ayuda profesional de Rita y así pudo mantener su trabajo y planificar cada detalle de su brillante plan.
Entre todos los padecimientos del Sr. López había uno que le daría la mayor de las satisfacciones. La diabetes…silenciosa y recurrente… mortal. Esperaría el momento oportuno para administrar unas unidades más de insulina y la hipoglucemia haría el resto. Era perfecto.
La casa del Sr. López era una de esas construcciones victorianas ocultas por una vegetación abundante. Muchos muebles antiguos, muchas alfombras y pinturas completaban los espacios vacíos de cariño, de todas las estancias de la casa.
Si bien tenía una familia numerosa nadie venia de visita. Nadie recordaba al Sr. López, nadie lo extrañaba. Salvo Julián, su primogénito.
El Sr. López parecía ser un hombre de carácter complicado pero cambiaba su semblante cuando estaba con Julián.
Para el clan familiar la desaparición del Sr. López seria un alivio. Luego se convertiría en un dolor de cabezas, cuando se dieran cuenta de que la herencia ya no les correspondería.

El Sr. López respiraba con dificultad y frecuentemente se atragantaba con su papilla. Solo debió esperar a que sufriera un nuevo episodio de broncoaspiración y la infección respiratoria descompensaría su diabetes, dándole el pase directo al otro mundo y a ella a su nueva vida. Nadie sospecharía su intervención dándole una sobredosis de medicación.

Rita recorrió el pasillo oscuro de la planta superior, con la jeringa mortal.
Sudorosa y alerta se sobresaltó con cada relámpago que iluminó la estancia a través de los altos ventanales.
El monstruo que llevaba adentro se estaba liberando y daría el golpe final… mataría a un hombre y no había vuelta atrás.
Al abrir la puerta un silencio sepulcral le heló la sangre y un escalofrió ominoso le recorrió la espalda. Al acercarse a la cama del Sr. López, vio su rostro pálido casi verdoso. Sus ojos de contornos morados la perforaron con su mirada distante. No pestañeaba. Había muerto.
Por un minuto la mente se le puso en blanco y las sienes le retumbaron al ritmo de su pulso acelerado. Refrenó al demonio asesino que pujaba por salirse de su alma y suspiró aliviada agradeciendo semejante golpe de suerte.
Rita llamo al doctor y a la familia del finado.
En menos de una hora y con el cuerpo todavía tibio toda la familia se reunió en la sala de la vieja casona. Parecía una convención de cuervos y buitres. El único que lloraba a su padre era Julián.
Luego de la confirmación de la muerte natural del Sr. López; Julián agradeció los cuidados de la enfermera y la despidió cordialmente.
Detrás de la cara apesadumbrada de Rita había una alegría contenida, sin esfuerzos ni remordimientos comenzaba a vislumbrar una vida de lujos.
Julián miró a su padre con tristeza pero con orgullo. Fue un hombre recto y de mucho carácter. Hombre de ciencia al igual que él. Quizá la devoción por la profesión fue lo que los mantuvo tan unidos.
No pudo negarse a su última voluntad. Unos meses atrás su padre había llamado al escribano, aprovechando uno de sus momentos de lucidez, quien redacto el testamento que legaba toda su fortuna a la universidad.
Luego de todos los trámites legales guardó los documentos a la espera del desenlace fatal. Y había llegado el momento, sabía que todos quedarían sorprendidos.

Antes de salir, abrió el primer cajón de la cómoda, esta vez para echarse al bolsillo, el funesto manuscrito, que siempre había saltado a la vista desde allí cuando iba a sacar un pañuelo limpio; y, provisto de él, se animo a enfrentar la calle.
LG