HISTORIAS DE SUBTE
Aquí sentado
en mi oficina de la calle Corrientes puedo ver el Obelisco y el
entrecruzamiento de las avenidas atestadas de autos.
Acabo de
cerrar un negocio más que importante y como si fuera un ritual siempre recuerdo
las palabras de la abuela cuando, con mucha sensatez, insistía que no había
nada sin sacrificio. Inmediatamente mis pensamientos volaron hacia mi
adolescencia.
Cuando mi
padre murió yo tenía 14 años y 2 hermanos menores. Resuelto a ayudar a mi madre
salí una tarde de nuestra humilde casa de Once y, con bolsa en mano, pateé la
calle para ganarme el mango.
En la bolsa
llevaba mi guitarra, unas pelotas de trapo y una nariz de payaso improvisada,
que le había robado al juego de magia de mi hermanito.
Me dirigí por
la calle La Rioja hasta Plaza Miserere donde estaba la boca del subte y respire
hondo.
Había pensado
ir de vagón en vagón tocando la única melodía que sabía y luego de unos cuantos
malabares pasaría mi gorra juntando algunas monedas para llevar a casa.
¡Qué
recuerdos aquellos!
El primer
vagón estaba casi vacío así que realice mi rutina y no recibí ni siquiera una sonrisa.
Lo mismo
ocurrió en el resto de los vagones.
Medio
decepcionado baje en Congreso y me senté a esperar el próximo subte. Ya casi
eran las 5 de la tarde así que el andén comenzó a poblarse de gente.
Cuando llegó
y se abrieron las puertas pude ver que estaban todos los asientos ocupados y
había algunos pasajeros parados en la mitad del vagón.
La gente me
miró con curiosidad. Las piernas me temblaban mientras todos esos ojos me
observaban inquietos.
Saque mi
guitarra y al hacer sonar el primer acorde, 3 de sus cuerdas se rompieron
generando un sonido disparatado. Avergonzado puse a girar en el aire las
pelotas de trapo pero desafortunadamente, ellas hicieron lo que quisieron
volando en todas direcciones.
Cuando me
agache para juntarlas, un movimiento del vagón me llevo directamente al suelo.
Despatarrado y sin nariz mire a mi público que comenzó a reír a carcajadas.
Algunos inclusive aplaudieron mis desgracias.
Por suerte
habíamos llegado a Lima, al descender del subte fueron llenando mi gorra con las
monedas y billetes de tantos vueltos contenidos.
Desde ese
momento todos los días repetí mi espectáculo con mucho éxito y no paré más de
trabajar. Tuve varios empleos diferentes antes de llegar a donde me encuentro
hoy.
La abuela
decía muchas cosas ciertas, las mismas que yo le repito a mis hijos; No hay
nada sin sacrificio y estoy plenamente seguro que todo es una cuestión de
actitud.
LG


Que lindo me alegra mucho leerte.
ResponderEliminarGracias!!
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