sábado, 7 de noviembre de 2015



EL DIA QUE ELLA DECIDIO VOLVER





Ella entró esa mañana como si nada hubiese pasado.
Estaba preparando el desayuno mientras Carolina se duchaba antes de irnos a trabajar como hacíamos de rutina hacia ya varios años.
No sabía qué hacer, ni que decir. Mi corazón estaba completamente contraído por una mezcla de dolor y espanto.
Ya nada quedaba de ella en esta casa así que miró a su alrededor y por supuesto notó los cambios. Recordaba  perfectamente donde estaba la copia de la llave que, como en las películas yanquis, escondíamos debajo de la maceta de la ventana.
Carolina salió del baño y al entrar en la cocina se puso pálida. Ella fue su mejor amiga. Ahora éramos tres los sorprendidos. Lo primero que hizo fue abrazarnos. Estábamos petrificados por el miedo.
Pausadamente nos contó lo que había vivido. Era una locura porque para nosotros había muerto hacía cinco años.

***

 Sandra tenía cáncer de mama y habíamos hecho lo imposible para que mejorara. Ese día insistió en ir sola a su sesión de quimio pero algo salió mal. Los médicos dijeron que había sido una reacción adversa que la llevó al paro y aunque la reanimaron no reaccionó. Cuando me llamaron ya todo había terminado. Carolina me ayudo con todos los trámites. Sandra no quería velatorio ni entierro así que paso la noche en el sótano de la casa velatoria y por la mañana la llevaron al crematorio de la Chacharita.
Dijo verse muerta. Algo así como que, cuando uno muere, el alma queda cerca de su cuerpo por unas horas. Fue una espectadora de su propio destino pero le costó varios meses recordar lo que pasó.
Esa noche hubo una tormenta terrible y como solía pasar en Buenos Aires algunas zonas se inundaron. En especial el sótano de la sala velatoria. Sandra estaba sobre una mesa metálica. Un cortocircuito hizo una descarga eléctrica sobre la mesa y los voltios descargados sobre su cuerpo hicieron que su corazón volviese a latir. Su alma se sintió arrastrada nuevamente a ese cuerpo y repentinamente abrió los ojos. Se bajo de la mesa fría y se encontró desnuda y en shock.
Era medianoche y estaba sola. Corrió hacia la calle y un patrullero la vio deambulando desnuda y la llevó al hospital más cercano.
Era una NN. No podía recordar ni siquiera su nombre. Del hospital fue a parar directamente al Moyano. Ahí le dieron muchas pastillas de colores que ella tomaba, al principio, porque no entendía que pasaba. Con el tiempo empezó a engañar a las enfermeras y fue recuperando la memoria de lo pasado.
Un golpe de suerte le dio la posibilidad de fugarse. Una manifestación en la puerta del hospital y una furiosa represión policial sembraron el caos y varias internas alcanzaron la calle. Así fue que reapareció, legalmente muerta técnicamente viva y sin tratamiento para su cáncer. Eso la sentenciaba a muerte nuevamente.
Se quedo en casa solo ese día. Este ya no era su lugar en el mundo. Necesitaba plata para viajar al sur donde tenía a su familia. Sabía que al igual que nosotros ellos quedarían shockeados pero le quedaban pocos meses de vida. Ahora podía elegir donde morir.

Enloquecido fui a la casa velatoria a pedir una explicación. El dueño era un hombre muy mayor, parecido al conde Drácula, que me hizo pasar a una habitación lúgubre totalmente recubierta en madera. Parecía un ataúd.
Allí me explico ceremoniosamente que sus empleados le habían informado de la desaparición del cuerpo. Y que eso era un trastorno legal muy engorroso si lo denunciaba. Así que ordenó que llevaran el cajón hacia el crematorio como si nada hubiese pasado. Era la tercera generación de funebreros y nunca había visto a un muerto volver a la vida.
Ella estaba muerta ya que eso decía su certificado de defunción, el cuerpo estaba cremado así lo decían los registros de la Chacharita.
Me despidió cordialmente y me aconsejo que consultara a un psiquiatra y volviera a mi vida habitual.


LG

No hay comentarios:

Publicar un comentario