EL DIA QUE ELLA DECIDIO VOLVER
Ella entró esa mañana como si nada hubiese pasado.
Estaba preparando el desayuno mientras Carolina se
duchaba antes de irnos a trabajar como hacíamos de rutina hacia ya varios años.
No sabía qué hacer, ni que decir. Mi corazón estaba
completamente contraído por una mezcla de dolor y espanto.
Ya nada quedaba de ella en esta casa así que miró a su
alrededor y por supuesto notó los cambios. Recordaba perfectamente donde estaba la copia de la
llave que, como en las películas yanquis, escondíamos debajo de la maceta de la
ventana.
Carolina salió del baño y al entrar en la cocina se puso
pálida. Ella fue su mejor amiga. Ahora éramos tres los sorprendidos. Lo primero
que hizo fue abrazarnos. Estábamos petrificados por el miedo.
Pausadamente nos contó lo que había vivido. Era una
locura porque para nosotros había muerto hacía cinco años.
***
Sandra tenía cáncer de mama y habíamos hecho lo imposible
para que mejorara. Ese día insistió en ir sola a su sesión de quimio pero algo
salió mal. Los médicos dijeron que había sido una reacción adversa que la llevó
al paro y aunque la reanimaron no reaccionó. Cuando me llamaron ya todo había
terminado. Carolina me ayudo con todos los trámites. Sandra no quería velatorio
ni entierro así que paso la noche en el sótano de la casa velatoria y por la
mañana la llevaron al crematorio de la Chacharita.
Dijo verse muerta. Algo así como que, cuando uno muere,
el alma queda cerca de su cuerpo por unas horas. Fue una espectadora de su
propio destino pero le costó varios meses recordar lo que pasó.
Esa noche hubo una tormenta terrible y como solía pasar
en Buenos Aires algunas zonas se inundaron. En especial el sótano de la sala
velatoria. Sandra estaba sobre una mesa metálica. Un cortocircuito hizo una
descarga eléctrica sobre la mesa y los voltios descargados sobre su cuerpo
hicieron que su corazón volviese a latir. Su alma se sintió arrastrada
nuevamente a ese cuerpo y repentinamente abrió los ojos. Se bajo de la mesa fría
y se encontró desnuda y en shock.
Era medianoche y estaba sola. Corrió hacia la calle y un
patrullero la vio deambulando desnuda y la llevó al hospital más cercano.
Era una NN. No podía recordar ni siquiera su nombre. Del
hospital fue a parar directamente al Moyano. Ahí le dieron muchas pastillas de colores
que ella tomaba, al principio, porque no entendía que pasaba. Con el tiempo
empezó a engañar a las enfermeras y fue recuperando la memoria de lo pasado.
Un golpe de suerte le dio la posibilidad de fugarse. Una
manifestación en la puerta del hospital y una furiosa represión policial
sembraron el caos y varias internas alcanzaron la calle. Así fue que
reapareció, legalmente muerta técnicamente viva y sin tratamiento para su
cáncer. Eso la sentenciaba a muerte nuevamente.
Se quedo en casa solo ese día. Este ya no era su lugar en
el mundo. Necesitaba plata para viajar al sur donde tenía a su familia. Sabía
que al igual que nosotros ellos quedarían shockeados pero le quedaban pocos
meses de vida. Ahora podía elegir donde morir.
Enloquecido fui a la casa velatoria a pedir una
explicación. El dueño era un hombre muy mayor, parecido al conde Drácula, que
me hizo pasar a una habitación lúgubre totalmente recubierta en madera. Parecía
un ataúd.
Allí me explico ceremoniosamente que sus empleados le
habían informado de la desaparición del cuerpo. Y que eso era un trastorno
legal muy engorroso si lo denunciaba. Así que ordenó que llevaran el cajón
hacia el crematorio como si nada hubiese pasado. Era la tercera generación de
funebreros y nunca había visto a un muerto volver a la vida.
Ella estaba muerta ya que eso decía su certificado de
defunción, el cuerpo estaba cremado así lo decían los registros de la Chacharita.
Me despidió cordialmente y me aconsejo que consultara a
un psiquiatra y volviera a mi vida
habitual.
LG

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