domingo, 23 de agosto de 2015



HISTORIAS DE SUBTE




Aquí sentado en mi oficina de la calle Corrientes puedo ver el Obelisco y el entrecruzamiento de las avenidas atestadas de autos.
Acabo de cerrar un negocio más que importante y como si fuera un ritual siempre recuerdo las palabras de la abuela cuando, con mucha sensatez, insistía que no había nada sin sacrificio. Inmediatamente mis pensamientos volaron hacia mi adolescencia.
Cuando mi padre murió yo tenía 14 años y 2 hermanos menores. Resuelto a ayudar a mi madre salí una tarde de nuestra humilde casa de Once y, con bolsa en mano, pateé la calle para ganarme el mango.
En la bolsa llevaba mi guitarra, unas pelotas de trapo y una nariz de payaso improvisada, que le había robado al juego de magia de mi hermanito.
Me dirigí por la calle La Rioja hasta Plaza Miserere donde estaba la boca del subte y respire hondo.
Había pensado ir de vagón en vagón tocando la única melodía que sabía y luego de unos cuantos malabares pasaría mi gorra juntando algunas monedas para llevar a casa.
¡Qué recuerdos aquellos!
El primer vagón estaba casi vacío así que realice mi rutina y no recibí ni siquiera una sonrisa.
Lo mismo ocurrió en el resto de los vagones.
Medio decepcionado baje en Congreso y me senté a esperar el próximo subte. Ya casi eran las 5 de la tarde así que el andén comenzó a poblarse de gente.



Cuando llegó y se abrieron las puertas pude ver que estaban todos los asientos ocupados y había algunos pasajeros parados en la mitad del vagón.
La gente me miró con curiosidad. Las piernas me temblaban mientras todos esos ojos me observaban inquietos.
Saque mi guitarra y al hacer sonar el primer acorde, 3 de sus cuerdas se rompieron generando un sonido disparatado. Avergonzado puse a girar en el aire las pelotas de trapo pero desafortunadamente, ellas hicieron lo que quisieron volando en todas direcciones.
Cuando me agache para juntarlas, un movimiento del vagón me llevo directamente al suelo. Despatarrado y sin nariz mire a mi público que comenzó a reír a carcajadas. Algunos inclusive aplaudieron mis desgracias.
Por suerte habíamos llegado a Lima, al descender del subte fueron llenando mi gorra con las monedas y billetes de tantos vueltos contenidos.
Desde ese momento todos los días repetí mi espectáculo con mucho éxito y no paré más de trabajar. Tuve varios empleos diferentes antes de llegar a donde me encuentro hoy.

La abuela decía muchas cosas ciertas, las mismas que yo le repito a mis hijos; No hay nada sin sacrificio y estoy plenamente seguro que todo es una cuestión de actitud.

LG

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