viernes, 21 de agosto de 2015

UN GOLPE DE SUERTE





Todo había transcurrido muy rápidamente. Algo que se había planeado durante tanto tiempo y repentinamente, un giro del destino, hizo que el desenlace arrojara los mismos resultados.
Luego de varios meses esa noche tormentosa daba el marco perfecto para la ejecución de su plan.
Años de cuidados intensivos al Sr. López habían logrado que confiara en ella, y en uno de esos últimos momentos de delirio, firmara el testamento que traspasaría toda su fortuna a nombre de la servil y desinteresada enfermera.
A la familia no le agradaba su presencia pero ninguno estaba en condiciones de resignar su vida para cuidar de un enfermo, sobre todo cuando, en realidad esperaban su deceso para hacerse de unos buenos millones.
Por suerte su hijo mayor considero muy valiosa la ayuda profesional de Rita y así pudo mantener su trabajo y planificar cada detalle de su brillante plan.
Entre todos los padecimientos del Sr. López había uno que le daría la mayor de las satisfacciones. La diabetes…silenciosa y recurrente… mortal. Esperaría el momento oportuno para administrar unas unidades más de insulina y la hipoglucemia haría el resto. Era perfecto.
La casa del Sr. López era una de esas construcciones victorianas ocultas por una vegetación abundante. Muchos muebles antiguos, muchas alfombras y pinturas completaban los espacios vacíos de cariño, de todas las estancias de la casa.
Si bien tenía una familia numerosa nadie venia de visita. Nadie recordaba al Sr. López, nadie lo extrañaba. Salvo Julián, su primogénito.
El Sr. López parecía ser un hombre de carácter complicado pero cambiaba su semblante cuando estaba con Julián.
Para el clan familiar la desaparición del Sr. López seria un alivio. Luego se convertiría en un dolor de cabezas, cuando se dieran cuenta de que la herencia ya no les correspondería.

El Sr. López respiraba con dificultad y frecuentemente se atragantaba con su papilla. Solo debió esperar a que sufriera un nuevo episodio de broncoaspiración y la infección respiratoria descompensaría su diabetes, dándole el pase directo al otro mundo y a ella a su nueva vida. Nadie sospecharía su intervención dándole una sobredosis de medicación.

Rita recorrió el pasillo oscuro de la planta superior, con la jeringa mortal.
Sudorosa y alerta se sobresaltó con cada relámpago que iluminó la estancia a través de los altos ventanales.
El monstruo que llevaba adentro se estaba liberando y daría el golpe final… mataría a un hombre y no había vuelta atrás.
Al abrir la puerta un silencio sepulcral le heló la sangre y un escalofrió ominoso le recorrió la espalda. Al acercarse a la cama del Sr. López, vio su rostro pálido casi verdoso. Sus ojos de contornos morados la perforaron con su mirada distante. No pestañeaba. Había muerto.
Por un minuto la mente se le puso en blanco y las sienes le retumbaron al ritmo de su pulso acelerado. Refrenó al demonio asesino que pujaba por salirse de su alma y suspiró aliviada agradeciendo semejante golpe de suerte.
Rita llamo al doctor y a la familia del finado.
En menos de una hora y con el cuerpo todavía tibio toda la familia se reunió en la sala de la vieja casona. Parecía una convención de cuervos y buitres. El único que lloraba a su padre era Julián.
Luego de la confirmación de la muerte natural del Sr. López; Julián agradeció los cuidados de la enfermera y la despidió cordialmente.
Detrás de la cara apesadumbrada de Rita había una alegría contenida, sin esfuerzos ni remordimientos comenzaba a vislumbrar una vida de lujos.
Julián miró a su padre con tristeza pero con orgullo. Fue un hombre recto y de mucho carácter. Hombre de ciencia al igual que él. Quizá la devoción por la profesión fue lo que los mantuvo tan unidos.
No pudo negarse a su última voluntad. Unos meses atrás su padre había llamado al escribano, aprovechando uno de sus momentos de lucidez, quien redacto el testamento que legaba toda su fortuna a la universidad.
Luego de todos los trámites legales guardó los documentos a la espera del desenlace fatal. Y había llegado el momento, sabía que todos quedarían sorprendidos.

Antes de salir, abrió el primer cajón de la cómoda, esta vez para echarse al bolsillo, el funesto manuscrito, que siempre había saltado a la vista desde allí cuando iba a sacar un pañuelo limpio; y, provisto de él, se animo a enfrentar la calle.
LG

1 comentario:

  1. Intrigante al principio, y con un desenlace buenísimo......... los sonó a todos!!!!!!! Muy bueno Luisa !!!!!!!

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