martes, 21 de julio de 2015

LA HISTORIA DEL SOTANO DE LA PLAZA ALMAGRO








Cuando llevo a mi sobrinita  a la calesita no puedo dejar de mirar ese lugar de la plaza.
Quiero contarles la historia del sótano de la plaza Almagro.
Yo pase mi infancia en Moreno, pcia de Buenos aires. En un barrio común del conurbano. Allí las tardes transcurrían en calles de tierra, entre bicicleteadas a 2 cuadras a la redonda de mi casa y trepadas a todos los arboles del campito de al lado.
La plaza del barrio era un manzana con arboles pequeños con sus tutores que se alineaban en diagonal hacia el centro, coronado por un mástil pelado. Muchos años más tarde llegarían los juegos para niños y la bandera.
Así que ir de visita a la casa de la tía y reencontrarme con mi prima Gaby  era toda una aventura porque vivía enfrente de la plaza Almagro, gigante y hermosa.
Desde la ventana del primer piso podíamos apreciar los diferentes sectores de la plaza: el arenero en la esquina de Bulnes y Cangallo, actualmente  Perón,  la Calesita y el puesto redondo de panchos sobre Bulnes, el mástil central siempre llenos de palomas  y las mesas con tableros de ajedrez en la zona más oscura de la plaza, sobre la calle sarmiento.
El arenero tenía dos toboganes, uno pequeño y el otro para los chicos más grandes. Varios años tardamos en subir victoriosamente por la escalera de ese tobogán. Todavía recuerdo el vértigo que sentíamos cuando volábamos por su rampa de madera. Porque a esa edad todo te parece inmenso. Así nos parecía la plaza en su totalidad y teníamos prohibido irnos solas de un extremo al otro sin que nos acompañara la tía protectora.
Entre la calesita y el arenero todavía está la zona más misteriosa de la plaza. Dos puertas de metal apenas  elevadas del piso y cerradas con un candado de hierro.
Antiguamente todas las plazas tenían un cuidador que se encargaba de mantener el césped cortado y las flores en los canteros, porque así era la plaza Almagro, muy florida.
El cuidador era un hombre viejo y sospechoso, que nos miraba de reojo y entraba y salía por esas puertas que siempre las mantenía cerradas.
Muchas veces nos preguntamos que habría en ese lugar y estábamos convencidas de que no sería nada agradable porque si nos portábamos mal la tía nos decía que iban a dejarnos un rato ahí hasta que hiciéramos caso.
Entonces desde la ventana cada vez que el jardinero entraba nuestra imaginación hacia de las suyas. Debajo habría una ciudad subterránea donde él tenía su casa? Sería un sótano con cárceles para niños?  Habría una rata nodriza gigantesca esperando al cuidador para que la alimentara porque era tan grande que no podía salir por esas puertas? O simplemente seria un pasadizo subterráneo por donde el tomaba un atajo para salir de la plaza sin ser visto?
Un día al llegar a la plaza vimos algo extraño.. si,  ahí delante nuestro las puertas estaban abiertas. Gaby y yo nos miramos mientras nuestras piernas empezaron a temblar porque sabíamos que, aunque no quisiéramos, un imán llamado curiosidad nos iba a empujar a mirar adentro. Nuestros ojos, grandes como platos, no salían de su asombro  ya que quizás mirar por esas puertas nos confirmaría nuestras sospechas. Habría un niño castigado cuidado por la rata nodriza y si mirábamos tendríamos la necesidad de idear un rescate. El problema era que ni entre las dos juntábamos la cuota de valentía necesaria para semejante empresa.
De todas formas ahí estábamos y  lentamente nos fuimos acercando. Al llegar al pie de las puertas  vimos una escalera pero el interior estaba tan oscuro que tuvimos que entrecerrar los ojos.  Nos fuimos inclinando para agudizar más nuestra visión cuando sonó el silbato del cuidador.

Como si se nos hubiese aparecido un fantasma salimos corriendo a toda velocidad hacia la casa de Gaby y desde su ventana  observamos como el cuidador cerraba las puertas y con el candado de hierro se guardaba nuevamente todos sus secretos.
                                                                                  LG

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