Cuando llevo
a mi sobrinita a la calesita no puedo
dejar de mirar ese lugar de la plaza.
Quiero
contarles la historia del sótano de la plaza Almagro.
Yo pase mi
infancia en Moreno, pcia de Buenos aires. En un barrio común del conurbano.
Allí las tardes transcurrían en calles de tierra, entre bicicleteadas a 2
cuadras a la redonda de mi casa y trepadas a todos los arboles del campito de
al lado.
La plaza del
barrio era un manzana con arboles pequeños con sus tutores que se alineaban en
diagonal hacia el centro, coronado por un mástil pelado. Muchos años más tarde
llegarían los juegos para niños y la bandera.
Así que ir
de visita a la casa de la tía y reencontrarme con mi prima Gaby era toda una aventura porque vivía enfrente
de la plaza Almagro, gigante y hermosa.
Desde la
ventana del primer piso podíamos apreciar los diferentes sectores de la plaza:
el arenero en la esquina de Bulnes y Cangallo, actualmente Perón, la Calesita y el puesto redondo de panchos
sobre Bulnes, el mástil central siempre llenos de palomas y las mesas con tableros de ajedrez en la zona
más oscura de la plaza, sobre la calle sarmiento.
El arenero
tenía dos toboganes, uno pequeño y el otro para los chicos más grandes. Varios
años tardamos en subir victoriosamente por la escalera de ese tobogán. Todavía
recuerdo el vértigo que sentíamos cuando volábamos por su rampa de madera.
Porque a esa edad todo te parece inmenso. Así nos parecía la plaza en su
totalidad y teníamos prohibido irnos solas de un extremo al otro sin que nos
acompañara la tía protectora.
Entre la
calesita y el arenero todavía está la zona más misteriosa de la plaza. Dos
puertas de metal apenas elevadas del
piso y cerradas con un candado de hierro.
Antiguamente
todas las plazas tenían un cuidador que se encargaba de mantener el césped
cortado y las flores en los canteros, porque así era la plaza Almagro, muy
florida.
El cuidador
era un hombre viejo y sospechoso, que nos miraba de reojo y entraba y salía por
esas puertas que siempre las mantenía cerradas.
Muchas veces
nos preguntamos que habría en ese lugar y estábamos convencidas de que no sería
nada agradable porque si nos portábamos mal la tía nos decía que iban a
dejarnos un rato ahí hasta que hiciéramos caso.
Entonces
desde la ventana cada vez que el jardinero entraba nuestra imaginación hacia de
las suyas. Debajo habría una ciudad subterránea donde él tenía su casa? Sería
un sótano con cárceles para niños?
Habría una rata nodriza gigantesca esperando al cuidador para que la
alimentara porque era tan grande que no podía salir por esas puertas? O
simplemente seria un pasadizo subterráneo por donde el tomaba un atajo para
salir de la plaza sin ser visto?
Un día al
llegar a la plaza vimos algo extraño.. si,
ahí delante nuestro las puertas estaban abiertas. Gaby y yo nos miramos
mientras nuestras piernas empezaron a temblar porque sabíamos que, aunque no
quisiéramos, un imán llamado curiosidad nos iba a empujar a mirar adentro. Nuestros
ojos, grandes como platos, no salían de su asombro ya que quizás mirar por esas puertas nos
confirmaría nuestras sospechas. Habría un niño castigado cuidado por la rata
nodriza y si mirábamos tendríamos la necesidad de idear un rescate. El problema
era que ni entre las dos juntábamos la cuota de valentía necesaria para
semejante empresa.
De todas
formas ahí estábamos y lentamente nos
fuimos acercando. Al llegar al pie de las puertas vimos una escalera pero el interior estaba
tan oscuro que tuvimos que entrecerrar los ojos. Nos fuimos inclinando para agudizar más
nuestra visión cuando sonó el silbato del cuidador.
Como si se
nos hubiese aparecido un fantasma salimos corriendo a toda velocidad hacia la
casa de Gaby y desde su ventana
observamos como el cuidador cerraba las puertas y con el candado de
hierro se guardaba nuevamente todos sus secretos.
LG

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