Había
una vez…. Bueno suena cursi, en realidad esta historia me la contó un amigo de
un amigo y se trata de un payaso que no
podía hacer reír.
Tenía
nariz de payaso, pelo ensortijado multicolor y unos zapatones gigantes. Hasta
tenía dibujada una estrella en uno de sus ojos. Pero, pobre, él siempre pensó
que eso era un estigma de buena suerte ya que mil veces había escuchado de sus
viejos ese dicho que dice algo así como “unos nacen con estrella y otros estrellados”.
Era evidente que no siempre estas frases hechas tenían razón, más bien parecía,
en este caso, depender desde que parte
de la oración estuviéramos leyendo…. a este payaso le toco nacer estrellado.
Era
la tercera generación de payasos y como sus
antecesores era su destino alegrar a los niños que pasaban noche a noche por el
circo más popular de la región. Pero cada vez que salía a escena los niños lloraban en vez de reír y
sus compañeros terminaban sacándolo a empujones de la carpa mayor.
Así
fue que decidió huir del circo y probar suerte por las calles de la ciudad.
Esperaba a que los semáforos se pusieran en rojo para acercarse a los
automovilistas. Pero estos, al verlo, cerraban sus ventanillas y apuraban la
marcha. Los malabaristas y limpiavidrios que compartían parada empezaron a
abuchearlo y a correrlo de estas
esquinas ya que les quitaba oportunidades de ganarse unos pesos.
Abatido
por sus desgracias se sentó en el banco de una plaza. Muy entristecido miro a
su alrededor y vio varios grupos de niños jugando. Los más pequeños saltaban
los charcos del piso que había dejado una lluvia pasajera. Corrían y reían sin
parar. En un costado cerca suyo, otro grupito dibujaba una rayuela.
Pensaba
y pensaba ¿Cuál sería el secreto para generar esa mueca que produce la risa?
Pero no lo sabía… creyó que eso venia con los genes, después de ver durante
toda su infancia a su abuelo y a su padre en acción. Pero no, él no podía hacer
lo mismo.
Sin
darse cuenta uno de los niños al verlo tan triste se le acerco y lo miró,
primero con curiosidad y luego con asombro y le señalo la cara.
“Nadie
puede reírse sin sonrisa- le dijo- lo que te falta es una boca que ría, porque
la risa contagia risa”. En ese momento el payaso miro hacia el suelo y vio su
reflejo en un charquito de agua. Era cierto… en todos estos años nunca se había
maquillado la boca, desde su nariz hasta su mentón había un amplio silencio
blanco.
El
niño dejo la rayuela y con su tiza le dibujó una gran sonrisa. Como si fuera
mágico el payaso comenzó a reír y junto a él rieron los niños, y los padres de
esos niños y hasta la gente que pasaba caminando era contagiada por esa
alegría.
Cuando
ya no le quedaron mas fuerzas para reír recién pudo darse cuenta que muchas
veces las soluciones a los problemas son más simples de lo que uno cree.
LG

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