martes, 21 de julio de 2015

UNOS NACEN CON ESTRELLA Y OTROS NACEN ESTRELLADOS



Había una vez…. Bueno suena cursi, en realidad esta historia me la contó un amigo de un amigo y se trata de  un payaso que no podía hacer reír.

Tenía nariz de payaso, pelo ensortijado multicolor y unos zapatones gigantes. Hasta tenía dibujada una estrella en uno de sus ojos. Pero, pobre, él siempre pensó que eso era un estigma de buena suerte ya que mil veces había escuchado de sus viejos ese dicho que dice algo así como “unos nacen con estrella y otros estrellados”. Era evidente que no siempre estas frases hechas tenían razón, más bien parecía, en este caso, depender desde que  parte de la oración estuviéramos leyendo…. a este payaso le toco nacer estrellado.

Era la tercera generación de payasos  y como sus antecesores era su destino alegrar a los niños que pasaban noche a noche por el circo más popular de la región. Pero cada vez que salía a  escena los niños lloraban en vez de reír y sus compañeros terminaban sacándolo a empujones de la carpa mayor.

Así fue que decidió huir del circo y probar suerte por las calles de la ciudad. Esperaba a que los semáforos se pusieran en rojo para acercarse a los automovilistas. Pero estos, al verlo, cerraban sus ventanillas y apuraban la marcha. Los malabaristas y limpiavidrios que compartían parada empezaron a abuchearlo  y a correrlo de estas esquinas ya que les quitaba oportunidades de ganarse unos pesos.

Abatido por sus desgracias se sentó en el banco de una plaza. Muy entristecido miro a su alrededor y vio varios grupos de niños jugando. Los más pequeños saltaban los charcos del piso que había dejado una lluvia pasajera. Corrían y reían sin parar. En un costado cerca suyo, otro grupito dibujaba una rayuela.

Pensaba y pensaba ¿Cuál sería el secreto para generar esa mueca que produce la risa? Pero no lo sabía… creyó que eso venia con los genes, después de ver durante toda su infancia a su abuelo y a su padre en acción. Pero no, él no podía hacer lo mismo.

Sin darse cuenta uno de los niños al verlo tan triste se le acerco y lo miró, primero con curiosidad y luego con asombro y le señalo la cara.
“Nadie puede reírse sin sonrisa- le dijo- lo que te falta es una boca que ría, porque la risa contagia risa”. En ese momento el payaso miro hacia el suelo y vio su reflejo en un charquito de agua. Era cierto… en todos estos años nunca se había maquillado la boca, desde su nariz hasta su mentón había un amplio silencio blanco.

El niño dejo la rayuela y con su tiza le dibujó una gran sonrisa. Como si fuera mágico el payaso comenzó a reír y junto a él rieron los niños, y los padres de esos niños y hasta la gente que pasaba caminando era contagiada por esa alegría.


Cuando ya no le quedaron mas fuerzas para reír recién pudo darse cuenta que muchas veces las soluciones a los problemas son más simples de lo que uno cree.
                                                                                                                            LG

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